4/4/11

Japón: Una lección de conducta

Las crónicas de David Jimenez

No me ha sorprendido que los japoneses no hayan respondido a sus penurias con el pillaje y el "sálvese quien pueda" que suele acompañar a desastres en otros lugares del mundo. Hace algunos años escribí un reportaje sobre la Oficina de Objetos perdidos de Tokio. Lo que más me sorprendió fue ver entre los miles de productos devueltos había sándwich a medio terminar. Alguien se había molestado en traerlo, por si su dueño lo había extraviado y se quedaba sin almuerzo..

No me ha sorprendido la tan comentaba ausencia de escenas de histerismo, drama o lágrimas entre las víctimas: quizá influenciados por Hollywood, y cada vez más por una televisión que invita al exhibicionismo más zafio, esperamos que se nos muestre todo, todo el tiempo, de todo el mundo. Los japoneses lloran. El sentido del pudor y la intimidad con que lo hacen les dignifica.

No me ha sorprendido tampoco su civismo, simbolizado por esas interminables colas en las que todo el mundo espera disciplinadamente su turno para lograr algo de comida. No hay un solo empujón, un mal gesto o una queja. ¿Y si fueran Madrid o Nueva York las que quedaran desabastecidas? Digamos que mi propio comportamiento no invita al optimismo.

Por primera vez en muchos días he visto una tienda abierta, en la ciudad de Sendai, que no tenía grandes colas a la entrada. Vendían agua e instintivamente he cogido toda la que he podido (seis botellas de dos litros) y me he dirigido a la caja a pagar.

"Sólo dos por persona", ha dicho el dependiente. He mirado atrás y, efectivamente, nadie llevaba más de dos botellas. Algunos habían decidido coger una, para que los que vinieran después también tuvieran su oportunidad. Lección oriental: especialmente en tiempos de crisis, el colectivo está por encima del individuo. Esto es: tú.

Y no me han sorprendido la capacidad de resistencia del pueblo japonés, su extremada educación incluso en mitad de un desastre como el que vive, cuando su ausencia pasaría desapercibida, su concepto de la responsabilidad social, el respeto hacia sus mayores o la mesura de su prensa, más interesada en informar que en conmover a sus lectores, oyentes o telespectadores mostrando pilas de cadáveres.

Lo que me ha sorprendido, aunque bien pensado no debería haberlo hecho, es la ineficacia y lentitud de los japoneses para salir de la parálisis que ha provocado el desastre, impidiendo devolver la normalidad incluso a ciudades sin problemas de comunicación por carretera, donde el terremoto y el tsunami no provocaron grandes daños.

Uno piensa siempre en Japón como uno de los países más avanzados, metódicos y disciplinados del mundo. ¿No debería todo ello ayudar en una crisis como ésta? Pero los japoneses no son buenos en la improvisación y detestan alteraciones que les desvíen de sus planes.

Un periodista británico que está cubriendo la historia, casado con una japonesa, me explica esa rigidez con un ejemplo doméstico: "He llamado a mi mujer y le he dicho que por favor me mande dinero cuanto antes. Pero ya había hecho planes para ir a una reunión del colegio del niño, firmar unos papeles en el registro y acudir al centro comercial. Sé que me enviará el dinero cuando haya hecho todas esas cosas, aunque yo esté aquí en mitad del fin del mundo".

Me ha sorprendido que el país más desarrollado en el que he cubierto un desastre natural haya sido el más lento en responder y lo digo con la certeza de que una vez todo esté planeado, y la operación asentada, los japoneses reconstruirán sus pueblos y la economía de las zonas dañadas como nadie puede hacerlo. Lección occidental: especialmente en tiempos de crisis, no dejes que las normas te impidan actuar con creatividad y flexibilidad.

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